sábado, 6 de septiembre de 2014

Mi hermana del Arte


Una mañana mis tres hermanas y yo jugábamos sin pensar en el tiempo, aun pequeños, ingenuos, divertidos, y muy hermanados. Otra mañana en otros años, mis tres hermanas y yo jugábamos con los brazos de la vida que buscaba nuestros brazos para que acunemos nuestro propio destino en el futuro, que con el paso firme de los años tenemos que darle forma y sentido. Nunca imaginamos todo lo que después iba a suceder, lo que estamos determinados a vivir. Crecimos no como promesas sino con lo que nuestros padres nos dieron a cultivar: amor, entusiasmo, honradez, y mucha paciencia. 

Una de mis hermanas la mayor, Elizabeth, es quien me va contando al oído desde el otro lado del camino (que todos tenemos que llegar algún día). Lo que me cuenta viene del futuro, y algunas cosas no termino de entender. Me dice, me aconseja que debo escribir este breve relato para cerrar el primer círculo (su muerte y la de nuestro querido padre). Al principio todo lo que pensaba lo subrayaba con el emotivo trazo de un recuerdo que se va sucediendo nuevamente. 

Cuesta regresar cuando pienso en ellos. Un lazo muy fuerte nos enraiza y fundamenta nuestra viajera existencia. Ahora mismo veo a mi hermana sonreír detrás de aquella ventana, y a mi padre sentado bajo un árbol muy alto y sin ramas. Por un momento cierro los ojos para darle más espacio a todo lo que luego voy a ver.

No lo imagino, lo estoy viendo, es la misma escena cada vez repetida: empujo la silla de ruedas donde va sentada mi hermana Elizabeth para una nueva cita médica, es de tarde, y el hospital a nuestro alrededor se vacía, solo nuestra conversación es privada. Por momentos me parece verla resignada pero no es una palabra que la defina bien, tiene mucha fuerza interior y una bella sonrisa como de amplia fotografía a colores que nunca es de tamaño carnet. 

No solo la recuerdo, la veo todos los días como un amanecer, como un paisaje, como una fina garúa, sobre mi propia voz, y en todas estas manifestaciones nos acompañamos hasta quedarnos sin palabras, entonces el silencio nos eleva hasta cierta altura para que nadie interrumpa lo que acontece. Mi hermana Elizabeth siempre respiró Arte ya sea en su esmerada cocina, en sus muy elaboradas manualidades, en sus deslumbrantes tortas muy elogiadas (a mí me hizo una inolvidable  torta en forma de libro abierto cuando cumplí cincuenta años).

Desde el amanecer de un sábado ocho de marzo de este año 2014, a  las seis y treintaitrés minutos, su existencia finita poco a poco va regresando hacia el primer día en que nació. En cada etapa nos va dejando un jardín que regar, una casa que pintar, un camino que siempre tiene que estar iluminado, nunca en penumbra. Tiene un rosario colgado en su cuello, brilla. Las amistades que la quieren le dan el soñado encuentro en cada uno de sus pensamientos y rezos, y después de abrazarla fuertemente la ven alejarse como cantando bajito.  

No una mañana sino muchas veces la vi conversando con mamá sobre asuntos de carácter familiar, de madre e hija, la vi a ambas reírse, y otras quedarse en absoluto silencio. Entonces comprendí que la vida no termina aquí, que hay un sagrado vínculo que trasciende espacios y tiempos. A raíz de la muerte de ella, mamá no completaba la penosa idea de su ausencia. Luego con el paso de los años y la interiorización de los perdones se fueron cerrando las distancias entre ellas.

Una vez que fui a su casa y mientras cocinaba, comentaba que... Elizabeth, me escuchas. Sigue hablándome. Trato de alcanzarla entre tantos pensamientos, y a veces apenas puedo decirle algo, en otros momentos mi hermana juega con nosotros como cuando éramos unos niños que tratábamos de sostener nuestra pequeña edad viviéndola de la mejor manera. La infancia es un regalo de Dios, y eso emociona mucho.

Hoy me despierto nuevamente y creo estar soñando mi propio presente, me veo lavándome la cara, y abriendo la puerta de mi casa para que se ventile, ante un nuevo día que siempre trae sorpresas como una bonita canción que luego se va a dejar escuchar a través de la frecuencia modulada de los afectos.


No me digas, qué novedad, oye hermano a ver si me consigues ese libro que te pedí, no importa si te demoras. Aquí en el cielo lo primero que uno aprende es a esperar y a saber mirar. Los extraño estando conmigo. Es que, regresar a mi propio cuerpo, no es posible, no es natural. Aceptémoslo así. 

Vengan, no se pongan tristes, mejor bailemos, todos juntos, ven papá tú también, vengan todos, sigamos bailando, la vida es breve pero muy intensa, divertida, trágica y misteriosa. No cierren los ojos por favor, sigamos bailando, no paren, esta oportunidad se va a repetir, siempre dejemos la puerta abierta, no dejen de escucharme, gracias, los quiero a todos y aun a los que no me quieren, mi nombre es Elizabeth y este es el breve relato de mi hermano.




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