Una mañana mis tres hermanas y yo jugábamos sin pensar en el tiempo, aun pequeños, ingenuos, divertidos, y muy hermanados. Otra mañana en otros años, mis tres hermanas y yo jugábamos con los brazos de la vida que buscaba nuestros brazos para que acunemos nuestro propio destino en el futuro, que con el paso firme de los años tenemos que darle forma y sentido. Nunca imaginamos todo lo que después iba a suceder, lo que estamos determinados a vivir. Crecimos no como promesas sino con lo que nuestros padres nos dieron a cultivar: amor, entusiasmo, honradez, y mucha paciencia.
Una de mis hermanas la
mayor, Elizabeth, es quien me va contando al oído desde el otro lado del camino
(que todos tenemos que llegar algún día). Lo que me cuenta viene del futuro, y
algunas cosas no termino de entender. Me dice, me aconseja que debo escribir
este breve relato para cerrar el primer círculo (su muerte y la de nuestro querido
padre). Al principio todo lo que pensaba lo subrayaba con el emotivo trazo de un
recuerdo que se va sucediendo nuevamente.
Cuesta regresar cuando pienso en
ellos. Un lazo muy fuerte nos enraiza y fundamenta nuestra viajera existencia.
Ahora mismo veo a mi hermana sonreír detrás de aquella ventana, y a mi padre
sentado bajo un árbol muy alto y sin ramas. Por un momento cierro los ojos para
darle más espacio a todo lo que luego voy a ver.
No lo imagino, lo estoy viendo, es la misma escena
cada vez repetida: empujo la silla de ruedas donde va sentada mi hermana
Elizabeth para una nueva cita médica, es de tarde, y el hospital a nuestro
alrededor se vacía, solo nuestra conversación es privada. Por momentos me
parece verla resignada pero no es una palabra que la defina bien, tiene mucha
fuerza interior y una bella sonrisa como de amplia fotografía a colores que
nunca es de tamaño carnet.
No solo la recuerdo, la veo todos los días como un
amanecer, como un paisaje, como una fina garúa, sobre mi propia voz, y en todas
estas manifestaciones nos acompañamos hasta quedarnos sin palabras, entonces el
silencio nos eleva hasta cierta altura para que nadie interrumpa lo que
acontece. Mi hermana Elizabeth siempre respiró Arte ya sea en su esmerada
cocina, en sus muy elaboradas manualidades, en sus deslumbrantes tortas muy
elogiadas (a mí me hizo una inolvidable
torta en forma de libro abierto cuando cumplí cincuenta años).
Desde el amanecer de un sábado ocho de marzo de este
año 2014, a las seis y treintaitrés
minutos, su existencia finita poco a poco va regresando hacia el primer día en
que nació. En cada etapa nos va dejando un jardín que regar, una casa que
pintar, un camino que siempre tiene que estar iluminado, nunca en penumbra.
Tiene un rosario colgado en su cuello, brilla. Las amistades que la quieren le
dan el soñado encuentro en cada uno de sus pensamientos y rezos, y después de
abrazarla fuertemente la ven alejarse como cantando bajito.
No una mañana sino muchas veces la vi conversando
con mamá sobre asuntos de carácter familiar, de madre e hija, la vi a ambas
reírse, y otras quedarse en absoluto silencio. Entonces comprendí que la vida
no termina aquí, que hay un sagrado vínculo que trasciende espacios y tiempos.
A raíz de la muerte de ella, mamá no completaba la penosa idea de su ausencia.
Luego con el paso de los años y la interiorización de los perdones se fueron
cerrando las distancias entre ellas.
Una vez que fui a su casa y mientras cocinaba,
comentaba que... Elizabeth, me escuchas. Sigue hablándome. Trato de alcanzarla
entre tantos pensamientos, y a veces apenas puedo decirle algo, en otros momentos
mi hermana juega con nosotros como cuando éramos unos niños que tratábamos de
sostener nuestra pequeña edad viviéndola de la mejor manera. La infancia es un
regalo de Dios, y eso emociona mucho.
Hoy me despierto nuevamente y creo estar soñando mi
propio presente, me veo lavándome la cara, y abriendo la puerta de mi casa para
que se ventile, ante un nuevo día que siempre trae sorpresas como una bonita
canción que luego se va a dejar escuchar a través de la frecuencia modulada de
los afectos.
No me digas, qué novedad, oye hermano a ver si me
consigues ese libro que te pedí, no importa si te demoras. Aquí en el cielo lo
primero que uno aprende es a esperar y a saber mirar. Los extraño estando
conmigo. Es que, regresar a mi propio cuerpo, no es posible, no es natural.
Aceptémoslo así.
Vengan, no se pongan tristes, mejor bailemos, todos juntos,
ven papá tú también, vengan todos, sigamos bailando, la vida es breve pero muy
intensa, divertida, trágica y misteriosa. No cierren los ojos por favor,
sigamos bailando, no paren, esta oportunidad se va a repetir, siempre dejemos
la puerta abierta, no dejen de escucharme, gracias, los quiero a todos y aun a
los que no me quieren, mi nombre es Elizabeth y este es el breve relato de mi
hermano.
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