Se me ocurre pensar que Petunia Saldarriaga debe estar
en su casa pero no, no está en su casa. Ni en la mía, ni en la de ustedes,
simplemente porque no la conocemos. Entonces qué esperamos para conocer a
Petunia Saldarriaga.
Se abrió una puerta.
—Por qué escribes un cuento sobre mí si no me conoces,
quien te dio el derecho —me increpó.
—Y ustedes porque leen todo lo que escribe este señor
(con énfasis) acaso tienen alguna obligación con él.
A alguien se le ocurrió dejar caer la silla y sobre
ella los periódicos del día.
—Es una falta de respeto venir aquí indagando sobre mi
paradero como si fuera una convicta, la culpable de un delito que no existe, yo
hago de mi vida lo que me venga en gana. Mejor váyanse por donde vinieron.
Se hizo un largo silencio, donde todos nos miramos
como si fuéramos esclavos de nuestro propio desconcierto.
—¿Cómo llegaron hasta aquí?, dar conmigo no es fácil,
les debe haber costado mucho llegar hasta mí.
—Déjame que te cuente... Estaba en aquel Café de la esquina, donde conocí
a tu padre...
—¿Cuál padre? —dijo molesta. Si ya murió hace años,
será su fantasma, y de mi madre no me digas nada porque yo soy mi propia madre.
Ella se detuvo al final de esa palabra, bajó la
mirada, quiso decir algo más...
—¿Puedo continuar?
—No, no quiero que continúes, si hay un culpable eres
tú no yo, culpable porque se te ocurrió hacer un cuentito sobre mí, ni que
fuera yo tan importante, vaya escritorcillo, y toda la jauría que ha venido
contigo, déjenme en paz, lárguense, quiero volver a estar sola.
—No seas así de injusta, si supieras lo que tu padre me
dijo...
Sin pensarlo mucho, Petunia Saldarriaga nos apuntó con
una pistola empuñada por una mano temblorosa. No supimos que hacer. Con el arma
amenazante daba vueltas a nuestro alrededor como si esperara el instante
decisivo para dar cuenta de nosotros. Hay un odio gigantesco dentro de ella. Ha
crecido demasiado y ahora es un monstruo que ella consiente en tenerlo dentro
de sí.
Todos salimos como frustrados espectadores de un acontecimiento
que pudo tener mejor desenlace. Petunia nunca cambiará. Tiene un odio más que
visceral, está enferma. Fui el último en salir, al voltear la mirada, vi a
alguien dispuesta a cumplir su amenaza. Quisimos ser solidarios con ella,
hablarle, ayudarle, pero todo intento fue vano. Pienso que Petunia ya no
pertenece a esta realidad, está viviendo otras circunstancias, desdichadas por
cierto.
La recuerdo desde aquella vez, pero ella me
interrumpe, «si no me conoces». Intenta recordar, le dije como queriendo
convencerla. Petunia por primera vez sonrió, pero fue una sonrisa a medio
camino entre la burla y el desconcierto. Ya ni sentí los pasos ni las voces de
mis amigos que vinieron conmigo.
Llegó la noche y mientras miraba fijamente a Petunia
Saldarriaga quien está ya a punto de disparar. No pude evitar pensar que ella
se parece y mucho a un personaje de uno de mis cuentos nunca terminados, caí en
la cuenta que ese personaje sí disparó. Y ante su amenaza a punto de cumplirse
salí de allí lo más rápido que pude. Sin embargo las cinco balas de esa arma no
esperaron más y fueron tras de mí. De lo único que me acuerdo fue que caí. De
ella lo único que me acuerdo es que nunca estuvo allí.