No pudo ni tuvo tiempo para agarrar el teléfono y marcar el número de emergencia.
Nuevamente como un mal sueño se iba cayendo
desde la altura de sus años vividos. Su historia se inicia cuando es registrado
como hijo adoptivo a los once meses de edad, pues sus padres biológicos se
enredaron entre los infernales tentáculos de la muerte, y se fueron sin previo
aviso en un funesto accidente vehicular, ya hace muchos años, tantos que hasta
hoy no pueden salir del auto destrozado, y como primera evidencia el zapato
izquierdo del padre encontrado en la carretera por el kilómetro noventa
señalando como destino hacia abajo, ese precipicio insolente que es un
constante peligro.
A Zósimo le cuesta aceptarse como es hoy, vivir
entre todos lo recuerdos que lo miran y no lo dejan salir de su propia casa.
Cuando mira su reloj, marca la misma hora, la hora de su muerte, allí se detuvo
el reloj: dos de la tarde y veinte minutos. Él luchó por querer seguir
viviendo. Pero no se puede, oyó una voz que a lo lejos se fue acercando sin
compasión y se perdió detrás de una iglesia en ruinas. Supo que se iba a morir
una noche a finales de octubre, pero como siempre no hizo caso. Una de esas
corazonadas que no tienen explicación ni maneras de entenderlo. Precisamente un
problema cardiaco se lo llevó al otro mundo. Se deja caer sobre el viejo sillón
y se ilusiona con la idea de estar respirando por voluntad propia. De algún
lugar de la casa sale una mujer bailando, está descalza y apenas lleva ropa. Ni
se pregunta que hace esta mujer aquí y quién es, simplemente la mira como quien
mira lo que no existe. Deprimido por un instante cierra los ojos y trata de
pensar pero por donde va encuentra todas las puertas cerradas. Se levanta y
empieza a caminar con los ojos cerrados, hasta que una pared lo detiene.
Intenta atravesarla, lo hace, pero encuentra otra pared. Se regresa. Se deja
caer vencido sobre el sillón. De pronto pasa delante de él un niño montado en
una bicicleta. Cree reconocerse en ese niño que fue. La puerta se abre y por
primera vez después del final de su vida sobresaltado escucha el ruido de las
personas que hablan todos a la misma vez como si estuvieran debatiendo algo. La
puerta se cierra y la casa vuelve a estar. No hay en Zósimo un mínimo de rencor
ni signos de sometimiento. Pretende creer que pueda regresar a la vida, pero
este purgatorio lo sigue condenando a estar así.
*
Él luchó por querer seguir viviendo. Nuevamente
como un mal sueño se iba cayendo desde la altura de sus años vividos. Supo que
iba a morir una noche a finales de octubre pero como siempre no hizo caso.
A Zósimo le cuesta aceptarse como es hoy, vivir
entre todos lo recuerdos que lo miran y no lo dejan salir de su propia casa.
Cuando mira su reloj, marca la misma hora, la hora de su muerte, allí se detuvo
el reloj: dos de la tarde y veinte minutos. Precisamente un problema cardiaco
se lo llevó al otro mundo. Su historia se inicia cuando es registrado como hijo
adoptivo a los once meses de edad, pues sus padres biológicos se enredaron
entre los infernales tentáculos de la muerte, y se fueron sin previo aviso en
un funesto accidente vehicular, ya hace muchos años, tantos que hasta hoy no
pueden salir del auto destrozado, y como primera evidencia el zapato izquierdo
del padre encontrado en la carretera por el kilómetro noventa señalando como
destino hacia abajo, ese precipicio insolente que es un constante peligro. Se
levanta y empieza a caminar con los ojos cerrados, hasta que una pared lo
detiene. Intenta atravesarla, lo hace, pero encuentra otra pared. Se regresa.
Se deja caer vencido sobre el sillón. De pronto pasa delante de él un niño
montado en una bicicleta. Cree reconocerse en ese niño que fue. Una de esas
corazonadas que no tienen explicación ni maneras de entenderlo. Pretende creer
que pueda regresar a la vida, pero este purgatorio lo sigue condenando a estar
así. No hay en Zósimo un mínimo de rencor ni signos de sometimiento. Deprimido
por un instante cierra los ojos y trata de pensar, pero por donde va encuentra
todas las puertas cerradas. Pero no se puede, oyó una voz que a lo lejos se fue
acercando sin compasión, y se perdió detrás de una iglesia en ruinas. Se deja
caer sobre el viejo sillón, y nuevamente se ilusiona con la idea de estar
respirando por voluntad propia. De algún lugar de la casa sale una mujer
bailando, está descalza y apenas lleva ropa. Ni se pregunta que hace esta mujer
aquí y quién es, simplemente la mira como quien mira lo que no existe. La
puerta se abre, y por primera vez después del final de su vida, sobresaltado
escucha el ruido de las personas que hablan todos a la misma vez, como si
estuvieran debatiendo algo. La puerta se cierra y la casa vuelve a estar.
No pudo ni tuvo tiempo para agarrar el teléfono
y marcar el número de emergencia.