jueves, 3 de noviembre de 2011

Monólogo de Eloy


Desde el café Versalles hasta la entrada del Museo la distancia no es más de un kilómetro.

—Espérame ahí —no demoro mucho.

Me lo dijo muy suelta de ánimos, pero a quien se lo estaba diciendo es a la persona menos indicada. Yo no soy de esperar, ni vente por aquí, ni súbame las escaleras de aquel vetusto edificio.
Recibí la primera llamada cerca de las seis, justo cuando entraba al supermercado, el insistente ruido del celular hizo que los sapos de turno voltearan cuando la cosa no es con ellos.

—Sí, amor —dije despabilado.

Ella hizo su acostumbrada pausa de algunos segundos, como si fuera a exhalar todo su aire mandón.
—Compraste las cosas que te dije.
—Sí, amor.
—Y la lista  que te di la llevas contigo, o es mental tus compritas.
—Sí, amor, la lista la tengo casi tachada, sólo me faltan el tarro de café, los huevos, y los yogurts de lúcuma que me pediste.
—Ajá, mi querido Eloy, se te olvidan mis chocolatitos.
—Ya mi amor, regresa pronto a casa, llámame para recogerte.
—Ni que fuera un paquete, imbécil.

Y así pasaron los años y todas las noticias, hasta que Eloy regresando del trabajo antes de la hora acostumbrada, se dio con la sorpresa de entrar en un departamento vacío, su propio departamento, se llevó todo hasta las bombillas de luz. No supo qué hacer. Reaccionó cuando alguien puso una mano en su hombro.

—Te lo dije, tienes que ir al doctor. Ya es hora.

Por supuesto, nada de lo dicho arriba es cierto, Eloy imagina cosas, y actúa de un modo extraño, y hasta el tipo que le pone la mano en el hombro tampoco existe, todo está en su mente.


—¿Alguien quiere ayudarle?