miércoles, 6 de noviembre de 2013

Mortis (dos maneras de contar el mismo cuento con las mismas palabras)


No pudo ni tuvo tiempo para agarrar el teléfono y marcar el número de emergencia.
Nuevamente como un mal sueño se iba cayendo desde la altura de sus años vividos. Su historia se inicia cuando es registrado como hijo adoptivo a los once meses de edad, pues sus padres biológicos se enredaron entre los infernales tentáculos de la muerte, y se fueron sin previo aviso en un funesto accidente vehicular, ya hace muchos años, tantos que hasta hoy no pueden salir del auto destrozado, y como primera evidencia el zapato izquierdo del padre encontrado en la carretera por el kilómetro noventa señalando como destino hacia abajo, ese precipicio insolente que es un constante peligro.
A Zósimo le cuesta aceptarse como es hoy, vivir entre todos lo recuerdos que lo miran y no lo dejan salir de su propia casa. Cuando mira su reloj, marca la misma hora, la hora de su muerte, allí se detuvo el reloj: dos de la tarde y veinte minutos. Él luchó por querer seguir viviendo. Pero no se puede, oyó una voz que a lo lejos se fue acercando sin compasión y se perdió detrás de una iglesia en ruinas. Supo que se iba a morir una noche a finales de octubre, pero como siempre no hizo caso. Una de esas corazonadas que no tienen explicación ni maneras de entenderlo. Precisamente un problema cardiaco se lo llevó al otro mundo. Se deja caer sobre el viejo sillón y se ilusiona con la idea de estar respirando por voluntad propia. De algún lugar de la casa sale una mujer bailando, está descalza y apenas lleva ropa. Ni se pregunta que hace esta mujer aquí y quién es, simplemente la mira como quien mira lo que no existe. Deprimido por un instante cierra los ojos y trata de pensar pero por donde va encuentra todas las puertas cerradas. Se levanta y empieza a caminar con los ojos cerrados, hasta que una pared lo detiene. Intenta atravesarla, lo hace, pero encuentra otra pared. Se regresa. Se deja caer vencido sobre el sillón. De pronto pasa delante de él un niño montado en una bicicleta. Cree reconocerse en ese niño que fue. La puerta se abre y por primera vez después del final de su vida sobresaltado escucha el ruido de las personas que hablan todos a la misma vez como si estuvieran debatiendo algo. La puerta se cierra y la casa vuelve a estar. No hay en Zósimo un mínimo de rencor ni signos de sometimiento. Pretende creer que pueda regresar a la vida, pero este purgatorio lo sigue condenando a estar así.

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Él luchó por querer seguir viviendo. Nuevamente como un mal sueño se iba cayendo desde la altura de sus años vividos. Supo que iba a morir una noche a finales de octubre pero como siempre no hizo caso.
A Zósimo le cuesta aceptarse como es hoy, vivir entre todos lo recuerdos que lo miran y no lo dejan salir de su propia casa. Cuando mira su reloj, marca la misma hora, la hora de su muerte, allí se detuvo el reloj: dos de la tarde y veinte minutos. Precisamente un problema cardiaco se lo llevó al otro mundo. Su historia se inicia cuando es registrado como hijo adoptivo a los once meses de edad, pues sus padres biológicos se enredaron entre los infernales tentáculos de la muerte, y se fueron sin previo aviso en un funesto accidente vehicular, ya hace muchos años, tantos que hasta hoy no pueden salir del auto destrozado, y como primera evidencia el zapato izquierdo del padre encontrado en la carretera por el kilómetro noventa señalando como destino hacia abajo, ese precipicio insolente que es un constante peligro. Se levanta y empieza a caminar con los ojos cerrados, hasta que una pared lo detiene. Intenta atravesarla, lo hace, pero encuentra otra pared. Se regresa. Se deja caer vencido sobre el sillón. De pronto pasa delante de él un niño montado en una bicicleta. Cree reconocerse en ese niño que fue. Una de esas corazonadas que no tienen explicación ni maneras de entenderlo. Pretende creer que pueda regresar a la vida, pero este purgatorio lo sigue condenando a estar así. No hay en Zósimo un mínimo de rencor ni signos de sometimiento. Deprimido por un instante cierra los ojos y trata de pensar, pero por donde va encuentra todas las puertas cerradas. Pero no se puede, oyó una voz que a lo lejos se fue acercando sin compasión, y se perdió detrás de una iglesia en ruinas. Se deja caer sobre el viejo sillón, y nuevamente se ilusiona con la idea de estar respirando por voluntad propia. De algún lugar de la casa sale una mujer bailando, está descalza y apenas lleva ropa. Ni se pregunta que hace esta mujer aquí y quién es, simplemente la mira como quien mira lo que no existe. La puerta se abre, y por primera vez después del final de su vida, sobresaltado escucha el ruido de las personas que hablan todos a la misma vez, como si estuvieran debatiendo algo. La puerta se cierra y la casa vuelve a estar.

No pudo ni tuvo tiempo para agarrar el teléfono y marcar el número de emergencia.




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