No me digas que fue tu decisión.
Nada lo justifica. Viajar solo durante muchísimas horas, estresa. El bus se
detiene en cada paradero pero nadie quiere entrar, es como si fuera portador de
algún virus, o de un sospechoso aislamiento que no advertí a tiempo.
—Tengo que salir como sea —es una
orden personal que no reprimo—.
Veo a Margaux, alta y
escandalosamente bella, de caminar lento como si estuviera pidiéndole permiso a
los espacios andados. Más que recuerdo la tengo, captada desde el instante en
que al verla acercaba mi mirada, pero ni modo ella se iba a cumplir con su rutinario
horario de oficina, y a recibir horas más tarde la noticia de mi muerte, que ni
yo me la esperaba.
Margaux ya no fue la misma de
antes, todo lo que ella intenta recordar de mí pierde distancia y sonido.
En mi caso decido fumar un
cigarrillo y esperar a que regrese el mismo que recibió la noticia del final, o
sea yo, a lo mejor trae novedades, o quizás la esperanza de alguna postergación
de muerte que ya parece inútil.
—Tengo que salir, ya —digo
contrariado.
Se abren las puertas, y apenas
salgo, entro en un ambiente distinto, como si fuera de otro tiempo. Todo se
frustra cuando decido regresar a mi casa y no puedo, como un mal sueño no la
encuentro, dejé de respirar o será que ya soy otra persona, o es acaso una
muerte definitiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario