No fue precisamente un
viernes sino al día siguiente, lo supe por Marlen mi otra vecina que tiene una
carita tan linda y unos nobles sentimientos que invitan a soñar despierto.
La señora Bisso dejó debajo de
mi puerta una revista. Conozco su gentileza. Nada le costaba, tiene mucho
dinero pero sigue viviendo en el mismo edificio desde hace muchos años, su edad
madura se le nota a simple vista pero sucede que camina como si tuviera treinta
años, eso marca la diferencia con sus demás amigas. Le caigo simpático,
interesante, según su punto de vista. El tema es que viajo mucho, y la veo y le
converso muy poco.
La señora Bisso tiene una
historia que contarme y yo lo sé, lo intuyo permanentemente desde la forma en
que me mira y los gestos que hace cuando busca confesar. La verdad que por
ahora no quiero escuchar su historia.
Cada vez que vuelvo de viaje no
me sorprende encontrar otras revistas, sabe que disfruto leyéndolas, y lo saben
también mis vecinos que prefiero encerrarme durante muchos días, así me toquen
la puerta con la insistencia de quien quiere violentar mi sagrada tranquilidad.
Un día al regresar de uno de
mis viajes ya no la volví a ver más, ni tuvo oportunidad de dejarme la revista
esperada debajo de mi puerta. Su muerte de alguna manera me sorprende. Me arrepiento
no haber sido más sociable con ella, ya es de tarde en mi ciudad, y tengo los
anteojos en estado de niebla, los pasos muy fatigados, y una tristeza
inocultable que desmaya mis sentidos.
La historia de la señora Bisso
nunca contada quedará en el olvido, así intente imaginarla sucesivas veces, y
orillarla dentro de mis convulsas ficciones. Y para romper esa tristeza que
desorienta se me acerca Marlen mi vecina, quien no me deja revistas debajo de
mi puerta sino me toca la puerta todos los días menos los domingos, para
hablarme del potente amor y la sonora felicidad, le sonrío y agarra mis manos
llevándoselas a su carita linda, sonriente, que me dice mucho mientras miro
dentro de sus ojos toda la eternidad emocional de haberme querido siempre, desde
que me conoció en una fiesta popular en el barrio de Monserrate, aquella noche
en que todo a nuestro alrededor empezó a girar, la ciudad se nos hizo distante,
y nuestros pensamientos y sentimientos empezaron a bailar.
Tal vez lo que estoy viviendo
con mi vecina Marlen, se vaya acercando cada día más a la historia que la
señora Bisso no quiso contarme, pero que sospecho dada su avanzada edad
encanecida tener un amor conmigo hubiera sido más que un disparate.
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