Huelo el recuerdo entusiasta de los tranvías, la
vistosa escena de ver circular por calles limeñas esos autos antiguos como el
Chevrolet, el Ford, y luego en otro escenario los Ikarus, los omnibuses, los cústers,
esas combis, y ahora los necesarios buses del metropolitano. En todas ellas
viajé desde el niño que nunca pudo aprender a manejar bicicleta, luego como un
adolescente instalado en la morbosa velocidad del tiempo existencial que tiene
pocos paraderos, hasta el joven cincuentón y preocupado que soy ahora, y que
hace poco renunció a seguir viajando en esas combis asesinas. Viajando más
apurado a medida que se pasaron todos los años, y muchas veces desesperado por
tanto tráfico que desordena las agendas del día. La familia espera en casa, le
oigo decir a mis pensamientos, lo tuve claro desde el principio, es parte de mi
crianza y de mi soledad acompañada donde el olor a recuerdos es permanente.
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