Sostuvo el cuchillo con firmeza, se fue acercando hacia la posible
víctima, su tremendo grado de violencia similar al derrumbe de un edificio de
ocho pisos, quería matarlo como sea, pero sus ruidosos pasos no avanzan a la
misma velocidad infernal de sus evidentes propósitos, quiere acercarse más pero
alguien o algo se lo impide, carraspea fuerte como para intimidar y la posible
víctima ni se da por enterado, ni lo mira, solamente mira más allá,
una pretenciosa visión que lo hipnotiza. Él pasa de largo y desaparece tras la
ciudad.
Los siguientes días otra posible víctima pero de pronto
aparecen otros testigos, tiene que actuar de otra manera, solamente se conforma
con golpear las paredes y pisar cien cucarachas en el sótano de ese horrible edificio
donde sobrevive desde hace algunos años. Desde niño fue así, sobresaltado,
caprichoso, gritón, no amenazaba con golpear lo hacía, lo expulsaban de todas
las escuelas, y ya cuando frisaba la edad de doce años sus padres lo
abandonaron con la excusa de un sorpresivo viaje en barco, por la ambicionada herencia
del abuelo.
La noche avanza y falta poco para llegar, no se siente mucho
frío, lo normal dicen, se ve que la ciudad ya no es la misma de antes, está muy
deteriorada. El último censo de hace dos años advirtió que hay más viejos que
jóvenes, y que la curva de la tercera edad sigue su acción ascendente.
Florencio Roux ahora un tipo de unos cuarenta años, a quien
no le apetece mucho hablar, todo lo contrario de cuando era un niño gritón, con
la altura suficiente para escalar esa pared que lo está mirando. Se trepa con
cierta dificultad, el otro lado le resulta extraño pero con tanta suerte que se
deja caer sobre un colchón viejo que no sabe que hace ahí. Se levanta, se
sacude la ropa pero no suelta el cuchillo, frente a sus ojos la triste visión
de una escuela abandonada que se le parece mucho a la escuela donde él estudió,
la recorre en pocas horas como si estuviera buscando algún recuerdo que la
memoria de los hechos no le permite vislumbrar.
La rápida entrada de la noche lo encuentra durmiendo y
sentado en el viejo pupitre de un polvoriento salón de clases, levanta la
mirada e imagina por unos minutos que está escuchando una clase ficticia, ve
caras por todos lados solamente caras, bosteza inesperadamente, y arroja los sucios
cuadernos del pasado. Sale apurado del salón de clases.
Es miércoles, casi mitad de semana, Florencio Roux cuchillo
en mano otra vez quiere matarlo como sea, a la posible víctima, empieza por darle
cuchillazos al aire de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, como si eso bastara
para llamar la atención, pero el silbido melancólico de un pajarito nocturno lo
detiene. Es de papel.